Aquellos olores de la feria...

 
     
 

Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza.

 
 

(Paul Géraldy)

 
     
 

 Antes de La Feria

 

Hacía poco que había terminado el caluroso verano, todavía teníamos en nuestra pituitaria los recuerdos olorosos de la era, aquellos montes de paja, los granos de trigo, los de cebada, que llenaban la pradera cada verano en Zafra, a veces ese olor a trigo era importunado por los humos que el tractor de turno arrojaba al ambiente mientras se alejaba con su pesada carga. Tampoco olvidábamos el fresco olor de la huerta Honda, donde los chavales jaleaban cada atrevido salto a la alberca de los jóvenes bañistas. No se veía el fondo del estanque con un agua que se utilizaba para el riego de la huerta, como aquellos tomates y pepinos que Quico ofrecía a los que se bañaban en la alberca.  El inolvidable olor de los tomates al cortarlos y los pepinos que nos confirmaban el  periodo estival...

Por la noche, al pasar por las plazas llenas de melones y sandías, el regalo de  un rico aroma nos hacía olvidar el calor nocturno, otro olor de esa época era el que emanaba del  local de los helados de “El Valenciano”,  en la calle Huelva podíamos disfrutar de las ricas esencias de vainilla, fresa, limón, etc., y en la misma calle también era posible deleitarse con los ricos efluvios del horno de la panadería de Los Andaluces: el pan recién hecho, las magdalenas, perrunillas ..

En el cine Alcázar (q.e.d.), con una fresca temperatura, a mitad de la proyección, Grillo esparcía por la sala un agradable perfume que ayudaba a disimular el olor a “humanidad” que provocaba la falta de aseo de algunos espectadores, sin embargo las noches cinéfilas de la Plaza de Toros no necesitaban de pulverizadores por estar al aire libre, pero el perfume dominante era el de las “medias botellas de tinto”, que se consumían fresquitas, mediante una corta caña en el centro del tapón para poder beber a tragos mientras se veía la película de turno, a veces se percibía también el olor de las pipas y patatas fritas, pero el mejor olor de patatas en verano, se disfrutaba en el parque, al lado de Las Palomas donde José “El Catalino”, tenía un pequeño puesto para ofrecer aquellas inmejorables patatas. El olor del bar mencionado de Las Palomas era de vermut, de cerveza, y de aceitunas, mezclado con el perfume que a veces el viento traía de los cercanos eucaliptos del parque.

Pasaba el verano y comenzaba el curso escolar, nuevos olores a plumier, lápiz, goma de borrar, libros... A los pocos días de las clases los membrillos y “zamboas” desprendían un rico aroma que hacían las delicias en los recreos colegiales de septiembre.

Poco antes de llegar la Feria, el olor a “guarrito” también podíamos disfrutarlo en los principales establecimientos hosteleros zafrenses y por fin...

 La Feria

Llegaban los del circo y hacían unos enormes agujeros en la pradera para clavar unos gigantescos hierros donde anclarían las notables cuerdas que servirían de soporte a las lonas circenses,  aquel olor mezcla de tierra e hierro era el comienzo para los más jóvenes de una Feria inminente. Casi al mismo tiempo comenzaba a llegar el ganado con su peculiar olor…

Cuando la Feria estaba montada podías olfatear las confituras de los puestos de turrones, dulces, cocos, etc., donde veías a los turroneros cómo apartaban las molestas moscas de octubre con una especie de plumeros que movían constantemente.  No todos los niños eran “feriados” porque los sueldos tampoco eran espléndidos, sin embargo algunos recordarán el olor de sus juguetes, muñecas, espadas, la madera de los repiones, tambores… y los menos favorecidos no olvidan el olor del plástico barato de su regalo de feria.

Dejábamos los aromas de los turrones y juguetes y rápidamente podíamos inhalar otros olores que nos abrían el apetito: los pinchitos morunos que preparaban en cantinas, puestos y otros establecimientos de la feria, los pollos asados que veíamos dando vueltas como si fueran otra atracción ferial,  las aceitunas machás que ya desprendían ese rico efluvio de tomillo, orégano, y los ingredientes que sabiamente preparaban para poder degustar con unos vinos tintos que hacían la delicia de los adultos. A las voces de “almendras saladas y garrapiñadas” que publicitaba Pablo, seguía el rico olor de lo que portaba en los paquetitos cuidadosamente envueltos en papel y presentados en una majestuosa cesta. El Cañaíllas con otra espléndida canasta nos ofrecía unos ricos cangrejos y gambas que también alegraba nuestro olfato.

El olor del ganado era desagradable, pero rápidamente era superado con las fuertes esencias del  Zotal que estaba por todas partes, también se mezclaba con los olores de los cueros, correajes de las bestias y los que se mostraban coquetamente en los puestos de los feriantes, junto a botas, ropajes, etc.

Si la Feria tenía algo importante para los niños zafrenses, esto eran “los cacharritos”, donde se podía disfrutar de las atracciones que los Hermanos Naranjo  nos traían: Los Caballitos (Tiovivo o Carrusel),  también tenían su olor, la barra que sujetaba el caballo, aquellos hierros tenían su particular y grato olor para los niños en los días más frescos.  Los coches eléctricos (o de choque), con aquellas chispas que salían de la red eléctrica del techo creaban una atmósfera sin duda muy agradable para los que allí se divertían. Las carmelitas, las voladoras, el látigo, etc., todos tenían su olor y personalidad.

El olor de las bestias que iban para el rodeo, se disfrazaba con el Zotal como antes recordábamos, pero el olor de los circos, de las fieras principalmente,  era muy distinto, una mezcla entre pajas, animales, carne cruda…

Al llegar la noche los olores se tornaban más íntimos, se convertían en fragancias ya que la gente se perfumaba muy bien para ir a los bailes, casetas, cenas, etc.  Para terminar la jornada feriada, despuntar el día y coger fuerzas, el aroma de los churros animaba a todos, el chocolate, el café…

 Después de la Feria

Lo mejor que podía pasar después de la Feria, era que lloviera fuertemente y que el agua arrastrara los olores molestos que los feriantes, visitantes, etc., habían dejado en muchos sitios por falta de los servicios adecuados, pero esto es mejor olvidar, decía al principio con una frase de Paul Géraldy, que llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza, y procuro que esos recuerdos sean los buenos.

Tras los días feriados, quedaba un octubre “neutro” en cuanto a olores para recordar, pero el lirismo volvía al comienzo del mes siguiente con los “to-santos” y “chaquetías”.  Nueces, castañas, higos… era el inicio del camino que surcaba un otoño para culminar en otra meta olorosa en la estación invernal: la Navidad, pero eso querido lector, es otra historia.

 
     
 

 

 
 

 

 
 

Autoriz. Revista Feria Zafra
José Luis Ledesma
©Zafara MMIII

 
     
 

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