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Antes
de La Feria
Hacía poco que había terminado el caluroso verano, todavía teníamos
en nuestra pituitaria los recuerdos olorosos de la era, aquellos
montes de paja, los granos de trigo, los de cebada, que llenaban la
pradera cada verano en Zafra, a veces ese olor a trigo era
importunado por los humos que el tractor de turno arrojaba al
ambiente mientras se alejaba con su pesada carga. Tampoco
olvidábamos el fresco olor de la huerta Honda, donde los chavales
jaleaban cada atrevido salto a la alberca de los jóvenes bañistas.
No se veía el fondo del estanque con un agua que se utilizaba para
el riego de la huerta, como aquellos tomates y pepinos que Quico
ofrecía a los que se bañaban en la alberca. El inolvidable olor de
los tomates al cortarlos y los pepinos que nos confirmaban el
periodo estival...
Por la noche, al pasar por las plazas llenas de melones y sandías,
el regalo de un rico aroma nos hacía olvidar el calor nocturno,
otro olor de esa época era el que emanaba del local de los helados
de “El Valenciano”, en la calle Huelva podíamos disfrutar de
las ricas esencias de vainilla, fresa, limón, etc., y en la misma
calle también era posible deleitarse con los ricos efluvios del
horno de la panadería de Los Andaluces: el pan recién hecho,
las magdalenas, perrunillas ..
En el cine Alcázar (q.e.d.), con una fresca temperatura, a mitad de
la proyección, Grillo esparcía por la sala un agradable
perfume que ayudaba a disimular el olor a “humanidad” que provocaba
la falta de aseo de algunos espectadores, sin embargo las noches
cinéfilas de la Plaza de Toros no necesitaban de pulverizadores por
estar al aire libre, pero el perfume dominante era el de las “medias
botellas de tinto”, que se consumían fresquitas, mediante una corta
caña en el centro del tapón para poder beber a tragos mientras se
veía la película de turno, a veces se percibía también el olor de
las pipas y patatas fritas, pero el mejor olor de patatas en verano,
se disfrutaba en el parque, al lado de Las Palomas donde José “El
Catalino”, tenía un pequeño puesto para ofrecer aquellas
inmejorables patatas. El olor del bar mencionado de Las Palomas era
de vermut, de cerveza, y de aceitunas, mezclado con el perfume que a
veces el viento traía de los cercanos eucaliptos del parque.
Pasaba el verano y comenzaba el curso escolar, nuevos olores a
plumier, lápiz, goma de borrar, libros... A los pocos días de las
clases los membrillos y “zamboas” desprendían un rico aroma que
hacían las delicias en los recreos colegiales de septiembre.
Poco antes de llegar la Feria, el olor a “guarrito” también podíamos
disfrutarlo en los principales establecimientos hosteleros zafrenses
y por fin...
La Feria
Llegaban los del circo y hacían unos enormes agujeros en la pradera
para clavar unos gigantescos hierros donde anclarían las notables
cuerdas que servirían de soporte a las lonas circenses, aquel olor
mezcla de tierra e hierro era el comienzo para los más jóvenes de
una Feria inminente. Casi al mismo tiempo comenzaba a llegar el
ganado con su peculiar olor…
Cuando la Feria estaba montada podías olfatear las confituras de los
puestos de turrones, dulces, cocos, etc., donde veías a los
turroneros cómo apartaban las molestas moscas de octubre con una
especie de plumeros que movían constantemente. No todos los niños
eran “feriados” porque los sueldos tampoco eran espléndidos, sin
embargo algunos recordarán el olor de sus juguetes, muñecas,
espadas, la madera de los repiones, tambores… y los menos
favorecidos no olvidan el olor del plástico barato de su regalo de
feria.
Dejábamos los aromas de los turrones y juguetes y rápidamente
podíamos inhalar otros olores que nos abrían el apetito: los
pinchitos morunos que preparaban en cantinas, puestos y otros
establecimientos de la feria, los pollos asados que veíamos dando
vueltas como si fueran otra atracción ferial, las aceitunas machás
que ya desprendían ese rico efluvio de tomillo, orégano, y los
ingredientes que sabiamente preparaban para poder degustar con unos
vinos tintos que hacían la delicia de los adultos. A las voces de
“almendras saladas y garrapiñadas” que publicitaba Pablo,
seguía el rico olor de lo que portaba en los paquetitos
cuidadosamente envueltos en papel y presentados en una majestuosa
cesta. El Cañaíllas con otra espléndida canasta nos ofrecía
unos ricos cangrejos y gambas que también alegraba nuestro olfato.
El olor del ganado era desagradable, pero rápidamente era superado
con las fuertes esencias del Zotal que estaba por todas partes,
también se mezclaba con los olores de los cueros, correajes de las
bestias y los que se mostraban coquetamente en los puestos de los
feriantes, junto a botas, ropajes, etc.
Si la Feria tenía algo importante para los niños zafrenses, esto
eran “los cacharritos”, donde se podía disfrutar de las atracciones
que los Hermanos Naranjo nos traían: Los Caballitos (Tiovivo
o Carrusel), también tenían su olor, la barra que sujetaba el
caballo, aquellos hierros tenían su particular y grato olor para los
niños en los días más frescos. Los coches eléctricos (o de choque),
con aquellas chispas que salían de la red eléctrica del techo
creaban una atmósfera sin duda muy agradable para los que allí se
divertían. Las carmelitas, las voladoras, el látigo, etc., todos
tenían su olor y personalidad.
El olor de las bestias que iban para el rodeo, se disfrazaba con el
Zotal como antes recordábamos, pero el olor de los circos, de las
fieras principalmente, era muy distinto, una mezcla entre pajas,
animales, carne cruda…
Al llegar la noche los olores se tornaban más íntimos, se convertían
en fragancias ya que la gente se perfumaba muy bien para ir a los
bailes, casetas, cenas, etc. Para terminar la jornada feriada,
despuntar el día y coger fuerzas, el aroma de los churros animaba a
todos, el chocolate, el café…
Después
de la Feria
Lo
mejor que podía pasar después de la Feria, era que lloviera
fuertemente y que el agua arrastrara los olores molestos que los
feriantes, visitantes, etc., habían dejado en muchos sitios por
falta de los servicios adecuados, pero esto es mejor olvidar, decía
al principio con una frase de
Paul
Géraldy,
que llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza, y
procuro que esos recuerdos sean los buenos.
Tras los días feriados, quedaba un octubre “neutro” en cuanto a
olores para recordar, pero el lirismo volvía al comienzo del mes
siguiente con los “to-santos” y “chaquetías”. Nueces, castañas,
higos… era el inicio del camino que surcaba un otoño para culminar
en otra meta olorosa en la estación invernal: la Navidad, pero eso
querido lector, es otra historia. |
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